«Iruku había querido mucho a su padre. Ahora, el anciano se había reunido con los antepasados. A menudo, cuando trenzaba una carta de bambú, Iruku pensaba: – Si mi mujer no hubiese sentido tanta aversión por mi honorable padre, él hubiera sido más feliz en vida. Yo no hubiera vacilado en mostrarle mi afecto, mi respeto filial. Habríamos tenido largas y dulces conversaciones. Me habría contado cosas de la gente y cosas del pasado.. Y así lo embargaba la melancolía.
Un día de mercado, Iruku el cestero, terminó su reserva de cesta más rápido que de costumbre. Se paseaba desocupado entre los puestos cuando vió que había un comerciante chino que solía vender objetos extraños. – Acércate Iruku, dijo el comerciante, – mira que cosa más extraordinaria tengo. Y con aire de misterio extrajo un objeto redondo y plano, cubiertos coun un paño de seda. Lo puso entre las manos de Iruku, y con cuidado, quitó el paño. Iruku inclinó la cabeza sobre una superficie pulida y brillante. Reconoció en su interior la imagen de su padre, tal y como lo había visto en sus tiempos juveniles. Emocionado, exclamó: -¡Este objeto es mágico! -Sí, dijo el comerciante, lo llaman espejo y es valiosísimo. Pero la fiebre poseía a Iruku: – Te ofrezco todo lo que tengo encima, dijo. -Quiero este espejo mágico y llevarme a casa la imagen de mi amado padre. tras largas discusiones, Iruku, dejó en el puesto del comerciante todo lo que había ganado en toda la mañana. En cuanto llegó a casa, Iruku se fué al granero y ocultó la imagen de su padre en un cofre. Durante los días siguientes desaparecía, subía al granero y sacaba del cofre el espejo mágico. Se quedaba largos momentos contemplando la imagen venerada y se sentía feliz. Su mujer no tardó en darse cuenta de su extraña conducta. Una tarde, cuando el dejó un cesto a medio hacer, ella lo siguió. Vio que subió al granero, buscaba el cofre, sacaba un objeto desconocido, y lo miraba largamente adoptando un aire de misteriosos placer. Luego lo cubría con un paño y volvía a guardarlo con gestos amorosos. La mujer, intrigada, esperó a que se fuera Iruku, abrió el cofre, encontró el objeto, apartó el paño de seda, miro y vió: Una mujer. furiosa, bajó e increpó a su marido: – ¡Así que me engañas lléndote al granero a contemplar a una mujer diez veces al día en el granero!
-¡Qué no!, dijo Iruku, – no te quería hablar de eso porque tu no apreciabas mucho a mi padre, pero lo que voy a ver es su imagen, y eso apacigua mi corazón.
– ¡Miserable mentiroso!, vociferó la mujer. – ¡La he visto con mis ojos! ¡Lo que tienes escondido en el granero es una mujer!
– ¡Te aseguro que…!
La discusión se fue envenenando y estaba haciéndose infernal, cuando llamó a la puerta una monja. La pareja le pidió que hiciese de arbitro. La monja subió al granero, volvió y dijo: – ¡Es una monja!»
Cuento Taoísta